En Siloé los niños florecen en el abismo. Generaciones enteras crecen sin atención integral a la primera infancia, sin enfoques pedagógicos, ni actividades artísticas, lúdicas, deportivas, culturales y de participación ciudadana que los mantengan alejados de la violencia.

Aquí los niños son improbabilidades estadísticas que nacen en la pobreza, crecen en la inseguridad, y luego son jóvenes con un sentimiento genuino y cotidiano de injusticia, que exigen el reconocimiento de sus derechos con violencia. Saben que no hay futuro para ellos en una sociedad que los invisibiliza y en donde la mayor escasez no es el talento, sino las oportunidades.

El estallido social del 2021 puso en evidencia el descuido estatal, la falta de inversión social y la estigmatización de una comunidad que ha creado un tejido social fuerte a pesar de no tener siquiera escrituras públicas de sus viviendas. La gente ha construido este barrio con sus manos, y por medio de colectivos de trabajo han logrado mejorar sus condiciones de vida. sin embargo, la falta de interacción con ambientes de calidad, espacio público efectivo, y zonas verdes que garanticen el adecuado desarrollo de sus niños y que potencien sus habilidades en todos los niveles, ha sido una deuda social histórica.

El centro de desarrollo infantil Jaime Rentería se encuentra ubicado en Siloé, un sector popular con más de cien años de historia social y cultural en la ciudad de Cali. Su origen informal, surge de los asentamientos de familias mineras cuando en la zona predominaba la explotación carbonífera.

En su emplazamiento frente al cementerio, confluyen las vías de un tejido urbano irregular que ha invadido rondas hídricas, que ha ocupado densamente laderas de alto riesgo y difícil acceso, y que ha dejado pocas zonas verdes públicas.

En este contexto, el centro de desarrollo infantil es un ejemplo de cómo la arquitectura pública es un instrumento político en Colombia, de cómo los dirigentes materializan sus posiciones frente a la idea de bienestar social a través de los edificios.

Con este edificio, también llamado “Cuna de Campeones”, el municipio tuvo la oportunidad de mostrar la educación como un acto constructivo, reconociendo el valor de una comunidad que ha hecho aportes significativos a la ciudad. Reconstruyó confianza y sentido de pertenencia en Siloé, el único barrio en Colombia que tiene dos medallas olímpicas, entre otros muchos logros, conseguidos por deportistas que desde niños jugaron en sus intrincadas calles, escaleras y pasajes.

En este contexto, el proyecto es una acción urbana que construye ciudadanía y recupera los valores ambientales perdidos del lugar para ofrecer nuevas áreas de apoyo a la vida comunitaria, conectando a las personas por medio de un espacio público incluyente, de potencial ecológico y ambiental, alrededor de un edificio para niños, cuya imagen institucional es una apuesta potente por la formalización del contexto.

Por tratarse de los niños más pequeños de la comunidad, se plantea para su protección aislarlos de la intensidad del entorno, ubicando las aulas a una altura segura, a manera de nido. Este fenómeno doble, la necesidad de abrirse al contexto para aportar nuevas áreas de contacto social, y al mismo tiempo la necesidad de cerrarse para tener control y aislar los menores, fue determinante en la arquitectura del edificio. La separación de las aulas de la planta publica fue la decisión que activo el efecto urbano del edificio.

Una estrategia volumétrica simple relaciona un porche con un recinto de juegos. Al liberar la planta, retroceder el paramento y apoyar el volumen sobre una columnata, se crea un umbral que resuelve la transición de lo público a lo común. Este espacio de mediación entre el edificio y la ciudad tiene una escala que otorga calidad espacial, protege del sol y brinda hospitalidad al encuentro de las personas que acuden por sus hijos.

“El cerebro de un niño solo aprende si hay emoción”

Algunos elementos arquitectónicos ponen en valor lo informal y llenan de significado el edificio. Estas transferencias conceptuales anclan el edificio a las circunstancias específicas de un sector, donde cada cosa sirve y contiene.

El umbral puede utilizarse como una extensión del patio abriendo las rejas del cerramiento. Una columnata de “pie de amigos”, alterna su posición y soporta el volumen de aulas, dando la sensación de peso y ligereza, de movimiento y estabilidad, propia de las construcciones palafíticas de ladera. Una atractiva rampa-rodadero dinamiza el patio interior de juegos, representa los caminos, escalinatas, socavones y pasajes orgánicos entre las casas. Las cubiertas lucernarios independientes alternan su posición y dibujan un perfil cambiante en el volumen. Se enchapan de azul para provocar un efecto de Inter visibilidad a distancia entre el barrio y el edificio.

Los colores primarios compensan la dureza exterior del volumen y su materialidad pétrea. Un patio perimetral sirve de extensión para las aulas, acoge las huertas y enfrenta la calle. Esta persiana vertical de elementos prefabricados en concreto sirve como un biombo de protección solar, y a su vez, es un escudo para balas perdidas en un sector de frecuentes enfrentamientos entre pandillas.

Autor(es):

Espacio Colectivo Arquitectos
Carlos H. Betancourt
Aldo M. Hurtado