La aglutinación de edificios altos, indiscutiblemente asociada al gigantismo material de la metrópolis, llevó a formular preguntas sobre el papel que su existencia desempeña en el crecimiento urbano planetario: ¿cómo son?, ¿dónde se ubican?, ¿quiénes y cómo los produjeron? ¿Qué nos dejaron?, fueron las inquietudes que condujeron a pensar en un urbanismo volumétrico (Graham y Hewitt, 2012). Así, estudiar la verticalidad del espacio conformado por los grandes edificios, permitía entenderlos como un hecho material altamente notable por su gigantismo, con un enorme poder para excitar la política, la economía, la tecnología y el conocimiento, con una gran capacidad transformadora del paisaje –para configurar fisonomías altamente percibidas e identitarias– y generadora de novedosas propuestas de habitar. En consecuencia, este urbanismo volumétrico permitiría orientar el análisis del crecimiento metropolitano hacia el estudio de su dimensión vertical, como una alternativa distinta a la visión clásica sobre la vastedad causada por expansión horizontal.

HACIA UNA RACIONALIDAD HÍBRIDA
La explicación de la existencia de estos objetos arquitectónicos de mayor altura se produjo a través de una línea ontológica, con la cual se pudieron conjugar los hechos socio-históricos –políticos, económicos y tecnológicos– con la red de actores enredada en estos objetos, para explicar su ensamblaje en acciones de ideación, construcción y desarrollo. De acuerdo con la línea teórica de Latour (2005) y Farías (2011), el paisaje edificado en altura se entiende como el resultado sociotécnico moldeado por formas de gobierno, empresarios, profesionales y tecnócratas que abrieron los conductos para que dicho paisaje fuera posible económica, técnica y legalmente. Políticos, inversores, financiadores, promotores y propietarios constituyeron la plataforma del poder que históricamente ha interactuado desde lo global a lo local, para permitir el ingreso y desarrollo del conocimiento del urbanismo, la arquitectura y la ingeniería que modelaron la existencia material de estos edificios. Por esta razón, la posibilidad de habitar estos objetos, producidos a un costo más exigente, se restringió a los usuarios ubicados entre ciertos rangos de privilegio económico.

MÉTODO
A partir de tres tipos análisis: Primero, el estudio del espacio vertical de la metrópolis a partir de la identificación de edificaciones mayores a doce pisos, en un Sistema de Información Geográfica -SIG-. Segundo, el estudio de la iconografía que constituyen estos edificios no solo como una presencia acumulada que ha venido cambiando la percepción del paisaje –hecho identificado en los registros históricos, cartográficos y fotográficos de los diferentes momentos–, sino también desde las representaciones idealizadas que produjeron las diversas formas de conocimiento aplicado para la producción de la ciudad, sus edificios y sus detalles tecnológicos –registradas en diferentes estudios, planos y proyectos–. Tercero, la consideración dentro del estudio de la red de actores que generaron la territorialización de la verticalidad metropolitana, a través de las decisiones y acciones que marcaron los diferentes ciclos genealógicos de las erecciones y flacideces del poder político y económico representado por los edificios más altos.

El resultado se organizó en tres capítulos de libro, los cuales se resumen gráficamente a continuación: Plancha 1, Primera verticalización incipiente; Plancha 2, Auge y declive de torres y bloques; Plancha 3, La reconquista del cielo.

CONTROVERSIAS

Los edificios altos siempre han generado controversias:

  1. En la primera mitad del siglo XX, sobre el cambio morfológico, entre tendencias culturalistas y progresistas del urbanismo de manzana cerrada –ensancha– y abierta –torres y bloques exentos–. Se documenta a partir de las críticas que hicieron los arquitectos modernos a los procesos más espontáneos de acumulación individual de rascacielos en Chicago y Nueva York, frente a los modelos de organización reticulada y jerarquizada de rascacielos idénticos, repetidos y seriados –Perret, Hilberseimmer, Le Courbusier–. En Bogotá esta controversia tuvo lugar durante los años cuarenta, contra las prácticas de organización en manzana –Karl Brunner– por parte de los arquitectos recién salidos de la U.N. obsesionados por la Carta de Atenas, según las experiencias de la revista Proa.
  2. Durante los años sesenta y setenta, arquitectos colombianos como Rogelio Salmona, Camacho & Guerrero, Enrique Triana, entre otros, controvierten la dependencia de la arquitectura al modelo de la “caja de cristal” de la arquitectura moderna y el estilo Internacional. Con la denominada “arquitectura del lugar” surgen edificios que rompen la rigidez volumétrica y el imperativo del hormigón a la vista, usando el ladrillo a la vista con el respectivo efecto cromático del “paisaje urbano terracota” desde los años 70.
  3. La crisis del petróleo y la deuda externa latinoamericana, en los ochenta, significó el decaimiento de la construcción de torres y bloques y el notable incremento protagónico del sector financiero, –partir del UPAC– en la producción de edificios masivos de vivienda, lo que convirtió, de alguna manera, el impulso de la arquitectura del Lugar el cual se limita a una expresión de élite.
  4. A finales del siglo XX, la apertura económica a los mercados globales, mediado por el neoliberalismo, refuerza el vuelco hacia la financiarización de la economía y el marketing urbano, empujando a las firmas de arquitectura a estructuras empresariales complejas donde lo técnico subsiste en virtud de los esquemas de asociación privada, en virtud de una estandarización excesiva de arquitectura para su producción masiva, en donde las innovaciones del diseño se presenten cada vez más escasas.
  5. A principios del siglo XXI, la alarma de la crisis ambiental y los crecientes niveles de segregación y polarización socioespacial, desembocan en las controversias entre la ciudad compacta –con grandes niveles de hacinamiento para los pobres– y la ciudad difusa –alto consumo de suelo rural, con sus respectivos servicios ambientales, para los ricos–. Esto, frente al creciente incremento de la verticalización en edificios cada vez más altos, plantea la duda entre la compactación urbana o la saturación de los recursos infraestructurales de la ciudad preexistente.

Autor(es): Germán Montenegro Miranda